Juego de críos.

 

Juego de críos.


 
Vista general del arma. 

En esta ocasión, os voy a contar la historia, tan fascinante como inverosímil, que hay detrás de cierto objeto: Una pieza que ha sido tanto causante como testigo de millones de muertes a lo largo de la historia; una pieza, cuya oscura función se advierte desde el momento inicial de su creación; una herramienta que arrebata el necesario y constante flujo de vda en cuestión de segundos y que, con su cantar de plomo, ha sido el actor principal en guerras, batallas y escaramuzas. Es tan terrible como poderosa. El frágil y delicado hilo de vida puesto al servicio de un arma para la que no hay miramientos; no existen peros; no hay piedad ni clemencia. Una vez que el juez que todos llevamos dentro habla, el gatillo sentencia y la condena es aplicada. A pesar de haber sido un objeto que ha impuesto el temor a lo largo de la historia, aún hoy sigue siendo un aparato esencial para ciertos sectores que la portan y hacen uso de ella para protegerse y defender al conjunto de la sociedad en caso necesario. Las presentaciones son interminables cuando queremos hablar del utensilio en cuestión: La pistola.

Esta historia, casi novelesca, comenzó hace unos catorce años. Por aquel entonces, yo, siendo un adolescente que acababa de descubrir el mundillo de la Historia y la Arqueología y de todas las posibilidades que ofrecía esta Comunidad al respecto, tuve la oportunidad de conocer a una pareja que, sin saberlo, se convertirían en las primeras personas que me hablaron del potencial histórico y patrimonial de Villafranca de los Barros. En aquellas fechas, las cenas y fiestas por algún festejo destacado eran frecuentes a lo largo del año y, todas ellas, tenían lugar en el cortijo que poseía esta pareja. Recuerdo aquellas noches como si fueran ayer mismo: las risas, la comida, la bebida…hacían acto de presencia, todo ello, ambientado a la lumbre de una vieja chimenea. En una de esas ocasiones, mientras los “mayores” hablaban de sus cosas y los niños nos divertíamos jugando a la consola o a algún juego infantil, yo me fui a sentar al lado de esa chimenea. El fuego siempre embelesa y puedes estar largo rato observándolo sin ser consciente, realmente, del paso del tiempo. Pero no fueron las llamas precisamente las que captaron mi atención, sino, un objeto que, queriendo pasar inadvertido, ya fuese de manera intencionada o no, se localizaba en el poyete superior de dicha chimenea: una pistola.

El arma, cuyo paso del tiempo se observaba en toda su estructura, era el esqueleto de lo que un día fue. El óxido se distribuía por toda su superficie, su empuñadura, realizada en algún material perecedero como la madera, estaba totalmente perdida y, el gatillo, se encontraba prácticamente inmóvil. El primer impulso fue cogerla: pesaba y estaba en las últimas, pero no os imagináis aquella sensación. Me pasé aquella noche entera y el resto de celebraciones observándola, me fijaba en sus detalles, me imaginaba las historias que habría detrás de aquella pieza, incluso me aprendí cada uno de los patrones de los adornos que se encontraban a lo largo de todo aquel mecanismo tan desconocido como majestuoso para mí. No os voy a mentir, aquel niño inocente intentó pedírsela como regalo a aquella pareja en un intento fallido y abocado al fracaso. Ese revolver me cautivó, soñaba con poder disfrutar de él diariamente, poder aprender y enseñárselo a mis amigos. De hecho, recuerdo enviarles una foto vía Whatsapp fardando de aquella pieza. Por desgracia, y como es normal en esas edades, uno deja de ir a ese tipo de celebraciones cuando va creciendo y prefiere quedar con sus amigos y, de la noche a la mañana, ese arma y su historia dejó de rondar 24/7 mi cabeza y solo volvía a escena cuando quería contar alguna curiosidad. No obstante, aquella pieza, sin ser consciente de ello, ofrecía un mundo de posibilidades que, finalmente, fueron reveladas a su mayor admirador: un servidor.

Pasados los años, aquella historia volvió a resonar en mi cabeza como un recuerdo lejano pero nunca olvidado. Volví a contactar con esas personas para saber si era posible volver a ver aquel revolver y saber cuál era exactamente el misterio que escondía. Recuerdo esa tarde de mediados de junio, calurosa y soleada, como una especie de preludio de todo lo que se avecinaba. Llegué a aquel cortijo, en cual, años atrás había recorrido y explorado. Todo continuaba igual, en su sitio, como si el paso del tiempo no hubiera hecho mella en esa edificación situada en lo alto de un pequeño repecho. Todo permanecía en el mismo lugar. Todo. Al percatarme de ello, nada más entrar, mi mirada de posó directamente en la chimenea y, allí, apartada de las miradas ajenas, una vez más no queriendo ser el centro de atención, se encontraba la afamada pieza. En esta ocasión, me contuve y dejé que fueran las manos de su dueño las que hicieran los honores y la trajeran hasta mí. Allí estaba, una vez más, disfrutando como un niño chico el Día de Reyes. La misma emoción que había experimentado unos años antes.

Tras unos segundos en silencio, después de observar cada una de sus partes y girarla 360º, mi mente volvió a la realidad, volví a ser consciente del objeto que tenía entre las manos y, súbitamente, mi boca se llenó de preguntas. Necesitaba conocer la historia de ese arma, cómo había llegado allí, dónde se había encontrado, a quién pertenecía…respuestas que suponían otra de las sorpresas de aquella visita. Información que, por sí sola, podría formar parte del hilo central de una novela y que, en un principio, me lo pareció. El origen de esta historia se desarrolla en un escenario tan emblemático como reconocido a nivel nacional de nuestra localidad; Un espacio cuyas paredes parecen guardar cientos de secretos y los van desvelando poco a poco…: El Colegio San José. Pero no es precisamente entre sus paredes donde comenzó todo sino, más bien, extramuros: en uno de los patios donde jugaban los niños al salir al recreo. Resulta que, un conocido de este hombre, siendo pequeño, y mientras jugaba en el arenero de dicho colegio, se disponía a hacer montañitas y agujeros para jugar a las canicas y, excavando, se topó con el revolver. Rápidamente lo cogió y supongo que lo guardaría y se lo llevaría a casa. Finalmente, pasó de unas manos a otras hasta dar a parar a aquel rincón sobre la chimenea.

Debemos recordar que el Colegio San José fue un hospital para las tropas marroquíes  de los frentes cercanos durante la Guerra Civil. Es más, construyeron una mezquita para realizar sus cultos en uno de los jardines próximos. Es posible que, a uno de estos soldados se le perdiera o, directamente, se deshiciera de ella. No obstante, el arma es similar a un modelo mucho anterior a la Guerra Civil: el British Bulldog Revolver, creado en Birmingham durante los años 70 del siglo XIX. Si se trata de dicho modelo, ¿Cómo había llegado hasta Villafranca de los Barros? ¿A través de quién?…Demasiadas preguntas formuladas aquella tarde, para las que, tristemente, no hubo una respuesta clara y concisa. Sinceramente, no importaba. Aquella pieza, y más aun su historia, me habían sorprendido por segunda vez. Había profundizado mucho más en su pasado y había conocido otra de esas historias, difíciles de creer, que discurren por nuestra localidad. Gracias a lo cual, unos años después, puedo estar escribiendo estas palabras y dándola a conocer a todos vosotros. Desde aquí, mi más sincero agradecimiento a esta pareja. Haciendo un repaso por estas líneas, siempre tengo presente que la historia se mantiene viva, y en muchas ocasiones inédita, hasta en el rincón más recóndito. Simplemente, hay que localizarla, identificarla y, por encima de todo, sentirla. Y ella, agradecida, se dejará ver y compartirá todos sus secretos con todo aquel que lo merezca. 

 

 

 

 

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