Ausencia, hambre y vidas arrebatadas. Una guerra vista desde los ojos de la inocencia.

 

Ausencia, hambre y vidas arrebatadas. 

Una guerra vista desde los ojos de la inocencia.

Guerras; tan crueles como innecesarias. Conflictos que asolan poblaciones, que las someten y reducen, que atemorizan con actos que nos devuelven a nuestros instintos más básicos: matar por matar. Familias rotas, obligadas a guardar silencio por miedo a las represalias, lidiando con el dolor interno que provoca una pérdida. Un daño que se intensifica, aún más, si esa ausencia se produce de la noche a la mañana sin explicaciones, sin razones…solo con la justificación de la implantación del terror como método de sometimiento. Hijos que crecieron sin un padre, mujeres que sacaron adelante familias enteras sin sus maridos, padres que no vieron crecer a sus hijos…en definitiva, estragos de un conflicto en el que, como siempre, la población civil es quien más sufre las consecuencias. Para esas familias, llenar el vacío, de unas pérdidas impuestas, continúa siendo algo difícil y doloroso más de 80 años después; con la voz entrecortada relatan sus vivencias, con los ojos vidriosos y la mirada perdida, centrada en un punto, hacen el esfuerzo por recordar hasta el más mínimo detalle de unos sucesos que marcaron su infancia y, por ende, el resto de sus vidas.

Muchos de ellos, se irán de este mundo sin saber, el lugar exacto, donde se encuentran los restos de sus familiares y, sin ninguna duda, eso es lo que más les duele. Ya aprendieron a lidiar con el dolor, e incluso hay alguno que, debido a la avanzada edad, ya olvidó esos episodios acaecidos en su más temprana niñez pero, a pesar de ello, uno de los objetivos por los que he tenido la voluntad de realizar dicho proyecto, es para que este tipo de relatos y confesiones no se pierdan cuando estas personas falten. Debemos valorar nuestro pasado más cercano, conocer lo ocurrido para que no vuelva a suceder y, por encima de todo, tener en gran estima y consideración a nuestros mayores, pues son auténtica historia viva y, en mi opinión, la memoria oral es muy necesaria en estos tiempos que corren. Con el siguiente artículo, espero haceros sentir lo que esas personas, que presentaré a continuación, me hicieron sentir a mí mientras los escuchaba. Es cierto que nunca llegaré a sentir el dolor, el miedo, la desesperación…que debe suponer que te arrebaten a un familiar sin justificación alguna, o tener que ir a buscar entre los desperdicios para poder alimentarme, como les ocurrió a nuestros protagonistas, pero también es cierto que, en el momento de hacerle las entrevistas, se creaba una atmósfera en el lugar que te hacía temblar, emocionarte y, en resumen, te conmovía. Cuando terminaba esas sesiones, sentía un especie de carga que me apesadumbraba y que permanecía en mí durante un par de días y era, en esos momentos, cuando me daba cuenta de la suerte que tenía de no haber vivido hechos tan desgarradores como los que escuché de la boca de estas tres personas.

Antes de comenzar, he de decir que, con este texto, no pretendo meterme en ningún asunto político, simplemente, voy a narrar los acontecimientos como ellos me los transmitieron, es decir, tal y como sucedieron, sin ocultar ni maquillar nada. Personas represaliadas que fueron condenadas sin haber cometido ningún tipo de delito, que eran sacadas de sus casas en plena noche y cuyas familias no volvían a saber de ellas. Son pocos los afortunados que, a día de hoy, han recuperado los restos de sus seres queridos, fusilados y enterrados en fosas comunes, gracias a la labor de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica pero, por desgracia, ninguno de nuestros tres protagonistas me ha confirmado la recuperación de los restos de sus padres. Ellos mantienen la esperanza y confían en recibir, algún día, esa llamada que les confirme que han encontrado a sus familiares, mientras tanto, proyectos como éste, les ayuda a ser escuchados y, por encima de todo, a seguir reclamando justicia para las víctimas.

Las personas a las que he tenido la suerte de poder entrevistar son Teresa, Dolores y Torres; vecinos de Villafranca de los Barros. Todos ellos me contaron sus experiencias durante la Guerra Civil y la posterior Posguerra que, en muchos casos, fue incluso más dura, pues crecían y eran más conscientes de las necesidades que había en sus respectivas casas, por lo que tenían que ponerse a trabajar desde unas edades que, vistas desde una perspectiva actual, nos parecería algo inhumano. Eran niños que se lanzaban a la calle en busca de cualquier trabajo que les proporcionase un mísero jornal con el que poder ayudar en casa; hogares que salían adelante gracias al esfuerzo de unas madres que, con sacrificio, lograron, prácticamente sin ayudas, progresar a pesar de los inconvenientes y la ausencia de una figura paterna en casa (Entiéndase que, en aquella época, era la figura masculina quien llevaba el dinero al hogar).

Es el caso de Teresa, nuestra primera persona entrevistada, hija de Francisco y Remedios y, además, con cuatro hermanos. Su padre, natural de Puebla de la Reina, era carrero y, cuando estalla la Guerra, éste se encontraba de viaje, por lo que, su madre decide coger a todos sus hijos e irse a Puebla de la Reina, a casa de sus suegros. Francisco, al llegar a Villafranca, no encuentra a su familia y se esconde “en un montón de paja que había en el Tejar de Botana” para no ser visto cuando pasaban las tropas. Tras pasar unos días aquí, decide ir también a Puebla de la Reina para reunirse con su familia. Allí solo permanecerá un día pues, al día siguiente, unos señores llaman a la puerta y le piden que salga “para hacerle unas preguntas”. Nunca más volvieron a saber de él; Francisco fue trasladado a Villafranca, donde fue fusilado, el día 1 de octubre de 1936, a los 36 años. Teresa, que sólo tenía dos años de edad cuando asesinaron a su padre, me comenta que, ella sabe que lo asesinaron “por envidias, pues no le faltaba el jornal diario”. A pesar de su corta edad, y no acordarse de él, Teresa afirma que, gracias a todo lo que le habló su madre, ella reconocería a su padre si estuviese entre un grupo de personas.

Como he comentado anteriormente, el sufrimiento y suplicio, para Teresa, su madre y sus hermanos, solo acababa de comenzar. Tras la muerte de Francisco, Remedios, tuvo que vender su carro y las mulas para obtener algo de dinero, además de tener que limpiar casas a cambio de comida. “En mi infancia hemos pasado mucha hambre, mis hermanos y yo dormíamos en el suelo y, mientras los mayores se iban a buscar trabajo, nosotros, los pequeños, nos quedábamos en casa comidos por las pulgas y los piojos” me narraba Teresa mientras le ofrecía un pañuelo pues las lágrimas caían por sus mejillas. La dieta diaria incluía: flores de los árboles, topillos del río, naranjas podridas, zanahorias, cáscaras de patatas que, tras ser lavadas, servían de condimento a la sopa y, en ocasiones, acudían a Auxilio Social. Con siete años de edad, Teresa, ya trabajaba y comía lo que le ofrecían. Logró entrar a trabajar en una casa como parte del servicio a cambio de las tres comidas diarias y un sueldo de 7,50 pesetas al mes. Ella tuvo “suerte” ya que, por las calles, solo veía desesperación y tristeza: “La gente se hinchaba por la falta de alimento y se moría por las esquinas”.


La segunda persona, a la que tuve el placer de conocer, fue Dolores, que me abrió las puertas de su casa y me recibió con los brazos abiertos. Ella nació en el año que comenzó la Guerra, 1936, por lo que, como en el caso anterior, todo lo que conoce lo sabe gracias a su madre. No conoció a su padre, Luis, cuya profesión era la de mozo de mulas y, de nuevo, coincidiendo con la opinión de Teresa, “a su padre lo mataron por envidias”. Debido a este hecho, desde muy pequeña, tanto ella como sus hermanos, tuvieron que buscar trabajos precarios para poder sobrevivir; no fue a la escuela y todo lo que sabe, a día de hoy, lo aprendió de manera autodidacta. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando comenzó a enseñarme cartas que había recibido de la Casa Real, de políticos y de otras personalidades públicas…, escribe poesías, canta…! Hasta a mí me escribió un verso que guardo con cariño; prueba de que todo es posible si se pone empeño. Siendo niña, acarreaba agua en cántaros en el Caño, mientras, su hermano, tenía que robar para llevar comida a casa. Con el rostro melancólico, como intentando buscar en lo más profundo de sus recuerdos, algunos de los detalles más explícitos de su niñez, me comentaba: “Pasamos mucha hambre; dinero no tuve, pero educación sí”. Una de las cosas que más me impactó de toda la entrevista fue que, en el centro del pueblo, durante toda la Guerra y la Posguerra, abrieron un comedor para huérfanos, los cuales se aseguraban, al menos, una comida caliente diaria. Dolores hacía memoria y relataba que, cuando sobraba comida, las personas que se encargaban de repartirla entre los niños decían en voz alta: ¡¿Quién quiere más comida?! A lo que, obviamente, y teniendo en cuenta el hambre de aquellos pequeños, respondían todos con un: !Yo! Llenando de voces y gritos aquella sala. A su vez, sabiendo que era un método efectivo para el adoctrinamiento de los niños, desde la inocencia de la infancia, estas personas les animaban a que, quién quisiera más comida, debía cantar el “Cara al Sol” siendo una buena baza para el Régimen, que se aseguraba, así, la simpatía de las generaciones más tempranas.

Como podéis observar, tanto a Teresa como a Dolores, la infancia les fue arrebatada, eran obligadas a enfrentarse a situaciones y vivir en escenarios que eran impropios para unas personas de tan corta edad, que las marcó de por vida y de los que jamás se han olvidado, pues es difícil omitir unos hechos tan traumáticos que, en la actualidad, les siguen causando dolor, miedo y desasosiego. Pero, sin ninguna duda, la charla que más me sorprendió, y la cual me tuvo absorto durante más de dos horas, fue la que tuve con Torres. Fue tal la vida de su padre que, hubo un momento en el que tuve que interrumpirle y decirle que de esa historia, se podría escribir un libro o hacer una película.  

Torres, al igual que Dolores, nació en 1936. Lo primero que me confesó fue que su infancia había sido “muy dura y mala”: Su padre, Manuel Torres Merín, fue concejal del ayuntamiento de Villafranca entre 1932 y 1936, momento en el que estalla la contienda y se va al frente de La Serena acompañado de su hermano, Santiago Torres Merín, formando parte de la 37ª división. Manuel es hecho preso en el Campo de Concentración de Castuera de dónde, tras un tiempo, escapa y huye a Francia que, en aquella época, era el lugar elegido por miles de refugiados españoles que huían de las represalias y querían salvar la vida. Manuel comienza a trabajar en una Francia libre e independiente pero, su fortuna, fue breve y efímera, pues comienza la 2ª Guerra Mundial y miles de republicanos, comunistas y socialistas españoles, que se encontraban en suelo francés, son enviados al frente. Allí son apresados por el ejército alemán y Manuel es enviado a Estrasburgo con el número 2518; tras esta primera parada, el 13 de diciembre de 1940, es llevado a Mauthausen con una nueva matrícula: Nº 5316. Manuel fue asesinado el 4 de febrero de 1941, a los 46 años de edad, junto a 2.500 republicanos españoles en ese campo. Torres tan sólo conserva de su padre el nombre completo que forma parte de una lista, casi interminable, de nombres de miles de españoles, entre ellos muchísimos extremeños, que perecieron en tierras alemanas. Actualmente, continúan reclamando justicia, pues la herida sana pero, la cicatriz, aún se mantiene, intacta, recordándoles lo injusta y difícil que puede ser la vida a veces. 

Su madre tuvo que quedarse al cargo de seis hijos siendo, todos ellos, discriminados y tachados de “rojos” simplemente por ser hijos de Manuel. Ella nunca perdió la esperanza de volver a reencontrarse con su marido, incluso Torres me contaba que, su madre, le daba dinero a las personas que se dedicaban a predecir el futuro y leer las manos y éstas, en un intento por querer ganar más dinero, le contaban milongas, en definitiva, lo que ella quería escuchar; que su marido regresaría. Hubo una frase que me marcó y que, todavía, en estos momentos, que estoy desarrollando este artículo y repasando las entrevistas, me hiela la sangre; La madre de Torres, en su lecho de muerte dijo: “Menos mal que he durado más que el canalla criminal que me arrebató a mi marido” y tras esa frase se marchó, dejando una vida que no había sido muy afable y que la había hecho sufrir día tras día, del mismo modo que a sus hijos. Torres, a pesar de no haber conocido a su padre, le llora, se emociona y, en varias ocasiones, tuvimos que parar la entrevista para que se sacase las lágrimas consecuencia de un dolor innato con el que tanto él, como muchos otros, han crecido y lo siguen cargando a sus espaldas, sufriéndolo, en muchas ocasiones, en silencio.

Pude ver en los ojos de todos ellos esa angustia y melancolía mientras respondían a mis preguntas, siempre entre lágrimas, intentando deshacer ese nudo que se formaba en sus gargantas y les cortaba la voz. Crecieron con esa carencia y coincidían en que, lo que les había faltado durante su niñez, había sido “la palabra Papá”. Eran niños pequeños que no entendían por qué no tenían una figura paterna en casa pues el miedo y el silencio reinaban en sus hogares y, únicamente, cuando fueron mayores, sus madres les hicieron saber, realmente, lo que había pasado. Ese pánico no desapareció por completo, de hecho, hoy en día, sigue morando en casas, cuyas familias evitan este tipo de entrevistas y te prometen no saber nada del tema siendo, en consecuencia, una pérdida de información de primera mano. “La represión en el pueblo fue brutal; mataron a familias enteras y, por ello, sigue habiendo miedo”, creo que estas palabras de Torres, definen muy bien lo antes mencionado.

A pesar de todo, continúan hallando ese rayo de esperanza que se encuentra oculto entre las tinieblas que provoca la tristeza: Teresa, explicaba emocionada que, una de las pocas cosas buenas de su infancia, había sido criarse con su madre y sus hermanos; “estuvimos todos muy unidos, mi madre era como las gallinas; acurrucaba a todos sus pollitos” decía mientras soltaba una carcajada y mostraba un brillo en los ojos que reflejaban la luz del final del túnel, lúgubre y sombrío, en el que se había convertido aquella entrevista. Están en un punto de sus vidas en el que, al menos ellos tres, han perdido el miedo e, incluso, se atrevieron a dar consejos a las personas de su edad que se encuentran en la misma situación: “No hay que callarse, hay que luchar. No hay que agachar la cabeza; siempre con ella bien levantada” proclamaba Dolores, alzando la voz. Actualmente solo piden una cosa: estar acompañados y sentir el cariño de sus familiares. En este sentido, Teresa, que habita en una residencia, pedía a la juventud: “venid a visitarnos y dadnos compañía y cariño porque, a veces, nos sentimos muy solos”, con esas palabras, Teresa, portando entre sus manos un pañuelo, se sacaba las últimas lágrimas que brotaron de sus ojos durante mi visita.

Antes de despedirme, quise saber qué significaba, para ellos que, alguien como yo, realizase esta labor de recopilación de datos sobre sus vidas porque, probablemente, para otras personas de mi edad, involucrarse en un proyecto así resultaría tedioso y aburrido, a lo que, Teresa, Dolores y Torres me dijeron agradecidos: “Gracias por tu interés, la juventud debe conocer su pasado; tanto lo bueno como lo malo. Entrevistas como ésta nos ayudan a darnos a conocer y que nuestra historia no se acabe con nosotros”. La gratificación que sentí al escuchar eso no podría describirlo con palabras, simplemente, todo el esfuerzo y tiempo que había y ha supuesto reunir, ordenar y desarrollar todos los datos y la información, ha merecido la pena. De todo el tiempo que pasé con ellos, me quedaría con su fuerza, su vitalidad y la compostura con la que relatan su biografía a pesar de todo lo que han presenciado.

 La idea de hacer un trabajo así surgió en 2019. Desde la Universidad nos propusieron hacerle una entrevista grabada a un familiar que hubiese vivido algún acontecimiento histórico del último siglo. La primera persona que me vino a la mente, como protagonista de mi trabajo, fue mi abuela; desde pequeño siempre me contó cómo se inició la guerra en mi pueblo, Villafranca de los Barros, y cómo muchas familias huyeron al campo, pues las tropas que recorrían la N-630 de Sur a Norte habían ocupado la población. Tras pasar unos días acampando entre viñedos y olivares, la población accedió a la localidad, por el camino del Caño Valdequemao, ondeando un bandera blanca. Además, también me comentaba la falta de comida y cómo había personas que, incluso, se comían las velas de cera debido a la desesperación por el hambre.

Lamentablemente, mi abuela falleció durante esas fechas y no pude llevar a cabo ese proyecto. El tiempo transcurrió, una pandemia mundial nos asoló y nos vimos en medio de un escenario que, sinceramente, parecía de película de ciencia ficción. El año pasado tuve la suerte de conocer a Pepe y a Miguel. Es cierto que, Pepe y yo, ya habíamos hablado con anterioridad y ya conocía su pasión por la historia, más concretamente por la Guerra Civil en Extremadura pero, desde se momento, entablamos una amistad más cercana, me hicieron formar parte de su proyecto: documentar vestigios de la Guerra en nuestra comunidad autónoma y, en definitiva, ser uno más del grupo. Recuerdo estar tomándome algo con ellos, el pasado diciembre, y que la idea de realizar un artículo así, de repente, volviera a mi cabeza. Poco a poco, fuimos acordando las entrevistas, conociendo a los protagonistas… y, en este sentido, debo darles las gracias pues, a través de ellos dos, conocí a Torres y a Dolores. Da la casualidad que, a Teresa, ya la conocía de antes, mi abuela y ella fueron compañeras de residencia, pero no sabía nada de su vida, y mucho menos de todo por lo que había pasado.

Con este trabajo, he querido mostrar y poner en valor la vida de nuestros mayores; muchos vivieron un calvario y, hoy en día, casi nadie es consciente de ello. Es una pena que, datos y confesiones de personas que presenciaron, de primera mano, aquel horror, se estén perdiendo, unas veces debido a que ya tienen una avanzada edad y, otras, en virtud del silencio de sus familiares que prefieren omitir lo ocurrido dejando que, el paso del tiempo, borre cualquier huella de represión en su linaje. Es una suerte haber conocido a Teresa, Dolores y Torres, sujetos que mantendré en el recuerdo y que desde aquí, una vez más, les doy las gracias por haber accedido a implicarse en la realización de esta idea. A los que me leen, espero que, este texto, os provoque los mismos sentimientos que a mí mientras lo desarrollaba. Para finalizar, manifestar que, mi único objetivo, es rescatar este tipo de memoria oral de boca de nuestros mayores: que preguntemos, que conozcamos, que formemos una opinión en base a lo escuchado y no nos dejemos llevar por comentarios y criterios que intentan banalizar nuestro pasado. La historia es la que es; con sus aciertos y errores. Es imposible intentar cambiar hechos ya acaecidos, pero sí que podemos entenderlos, ser conscientes de ellos y trabajar en conjunto para vivir en una sociedad que no tenga que exponerse a contextos como los citados con anterioridad.

Agradecimientos a Manolo Pinilla por las fotografías cedidas para este artículo.

                                                                                                              

José Antonio Calderón Burguillos

Estudiante de Geografía e Historia en la UNED.

 

 

 

 

 

 

Comentarios

  1. El articulo me ha llegado,y me ha emocionado.Me parece muy interesante todo lo que cuentas en el articulo y leer esas historias reales de lo que un dia sucedio en nuestro pais, de personas que nacieron en el mismo año que mi madre pero en otra parte del pais y lo que sufrieron por una sin razón me llega al corazón y hace que me emocione.Enhorabuena por tu articulo.

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