Ausencia, hambre y vidas arrebatadas.
Una guerra vista desde los ojos de la inocencia.
Muchos de ellos, se irán de este mundo sin saber, el lugar exacto, donde se encuentran los restos de sus familiares y, sin ninguna duda, eso es lo que más les duele. Ya aprendieron a lidiar con el dolor, e incluso hay alguno que, debido a la avanzada edad, ya olvidó esos episodios acaecidos en su más temprana niñez pero, a pesar de ello, uno de los objetivos por los que he tenido la voluntad de realizar dicho proyecto, es para que este tipo de relatos y confesiones no se pierdan cuando estas personas falten. Debemos valorar nuestro pasado más cercano, conocer lo ocurrido para que no vuelva a suceder y, por encima de todo, tener en gran estima y consideración a nuestros mayores, pues son auténtica historia viva y, en mi opinión, la memoria oral es muy necesaria en estos tiempos que corren. Con el siguiente artículo, espero haceros sentir lo que esas personas, que presentaré a continuación, me hicieron sentir a mí mientras los escuchaba. Es cierto que nunca llegaré a sentir el dolor, el miedo, la desesperación…que debe suponer que te arrebaten a un familiar sin justificación alguna, o tener que ir a buscar entre los desperdicios para poder alimentarme, como les ocurrió a nuestros protagonistas, pero también es cierto que, en el momento de hacerle las entrevistas, se creaba una atmósfera en el lugar que te hacía temblar, emocionarte y, en resumen, te conmovía. Cuando terminaba esas sesiones, sentía un especie de carga que me apesadumbraba y que permanecía en mí durante un par de días y era, en esos momentos, cuando me daba cuenta de la suerte que tenía de no haber vivido hechos tan desgarradores como los que escuché de la boca de estas tres personas.
Antes de comenzar, he de decir que, con este texto, no pretendo meterme en ningún asunto político, simplemente, voy a narrar los acontecimientos como ellos me los transmitieron, es decir, tal y como sucedieron, sin ocultar ni maquillar nada. Personas represaliadas que fueron condenadas sin haber cometido ningún tipo de delito, que eran sacadas de sus casas en plena noche y cuyas familias no volvían a saber de ellas. Son pocos los afortunados que, a día de hoy, han recuperado los restos de sus seres queridos, fusilados y enterrados en fosas comunes, gracias a la labor de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica pero, por desgracia, ninguno de nuestros tres protagonistas me ha confirmado la recuperación de los restos de sus padres. Ellos mantienen la esperanza y confían en recibir, algún día, esa llamada que les confirme que han encontrado a sus familiares, mientras tanto, proyectos como éste, les ayuda a ser escuchados y, por encima de todo, a seguir reclamando justicia para las víctimas.
Las personas a las que he tenido la
suerte de poder entrevistar son Teresa, Dolores y Torres; vecinos de
Villafranca de los Barros. Todos ellos me contaron sus experiencias durante la
Guerra Civil y la posterior Posguerra que, en muchos casos, fue incluso más
dura, pues crecían y eran más conscientes de las necesidades que había en sus
respectivas casas, por lo que tenían que ponerse a trabajar desde unas edades
que, vistas desde una perspectiva actual, nos parecería algo inhumano. Eran
niños que se lanzaban a la calle en busca de cualquier trabajo que les
proporcionase un mísero jornal con el que poder ayudar en casa; hogares que
salían adelante gracias al esfuerzo de unas madres que, con sacrificio,
lograron, prácticamente sin ayudas, progresar a pesar de los inconvenientes y
la ausencia de una figura paterna en casa (Entiéndase que, en aquella época,
era la figura masculina quien llevaba el dinero al hogar).
Como he comentado anteriormente, el sufrimiento y suplicio, para Teresa, su madre y sus hermanos, solo acababa de comenzar. Tras la muerte de Francisco, Remedios, tuvo que vender su carro y las mulas para obtener algo de dinero, además de tener que limpiar casas a cambio de comida. “En mi infancia hemos pasado mucha hambre, mis hermanos y yo dormíamos en el suelo y, mientras los mayores se iban a buscar trabajo, nosotros, los pequeños, nos quedábamos en casa comidos por las pulgas y los piojos” me narraba Teresa mientras le ofrecía un pañuelo pues las lágrimas caían por sus mejillas. La dieta diaria incluía: flores de los árboles, topillos del río, naranjas podridas, zanahorias, cáscaras de patatas que, tras ser lavadas, servían de condimento a la sopa y, en ocasiones, acudían a Auxilio Social. Con siete años de edad, Teresa, ya trabajaba y comía lo que le ofrecían. Logró entrar a trabajar en una casa como parte del servicio a cambio de las tres comidas diarias y un sueldo de 7,50 pesetas al mes. Ella tuvo “suerte” ya que, por las calles, solo veía desesperación y tristeza: “La gente se hinchaba por la falta de alimento y se moría por las esquinas”.
Torres, al igual que Dolores, nació en
1936. Lo primero que me confesó fue que su infancia había sido “muy dura y
mala”: Su padre, Manuel Torres Merín, fue concejal del ayuntamiento de
Villafranca entre 1932 y 1936, momento en el que estalla la contienda y se va
al frente de La Serena acompañado de su hermano, Santiago Torres Merín,
formando parte de la 37ª división. Manuel es hecho preso en el Campo de
Concentración de Castuera de dónde, tras un tiempo, escapa y huye a Francia
que, en aquella época, era el lugar elegido por miles de refugiados españoles
que huían de las represalias y querían salvar la vida. Manuel comienza a
trabajar en una Francia libre e independiente pero, su fortuna, fue breve y
efímera, pues comienza la 2ª Guerra Mundial y miles de republicanos, comunistas
y socialistas españoles, que se encontraban en suelo francés, son enviados al
frente. Allí son apresados por el ejército alemán y Manuel es enviado a
Estrasburgo con el número 2518; tras esta primera parada, el 13 de diciembre de
1940, es llevado a Mauthausen con una nueva matrícula: Nº 5316. Manuel fue
asesinado el 4 de febrero de 1941, a los 46 años de edad, junto a 2.500
republicanos españoles en ese campo. Torres tan sólo conserva de su padre el
nombre completo que forma parte de una lista, casi interminable, de nombres de
miles de españoles, entre ellos muchísimos extremeños, que perecieron en
tierras alemanas. Actualmente, continúan reclamando justicia, pues la herida
sana pero, la cicatriz, aún se mantiene, intacta, recordándoles lo injusta y
difícil que puede ser la vida a veces.
Su madre tuvo que quedarse al cargo de seis hijos siendo, todos ellos, discriminados y tachados de “rojos” simplemente por ser hijos de Manuel. Ella nunca perdió la esperanza de volver a reencontrarse con su marido, incluso Torres me contaba que, su madre, le daba dinero a las personas que se dedicaban a predecir el futuro y leer las manos y éstas, en un intento por querer ganar más dinero, le contaban milongas, en definitiva, lo que ella quería escuchar; que su marido regresaría. Hubo una frase que me marcó y que, todavía, en estos momentos, que estoy desarrollando este artículo y repasando las entrevistas, me hiela la sangre; La madre de Torres, en su lecho de muerte dijo: “Menos mal que he durado más que el canalla criminal que me arrebató a mi marido” y tras esa frase se marchó, dejando una vida que no había sido muy afable y que la había hecho sufrir día tras día, del mismo modo que a sus hijos. Torres, a pesar de no haber conocido a su padre, le llora, se emociona y, en varias ocasiones, tuvimos que parar la entrevista para que se sacase las lágrimas consecuencia de un dolor innato con el que tanto él, como muchos otros, han crecido y lo siguen cargando a sus espaldas, sufriéndolo, en muchas ocasiones, en silencio.
Pude ver en los ojos de todos ellos esa angustia y melancolía mientras respondían a mis preguntas, siempre entre lágrimas, intentando deshacer ese nudo que se formaba en sus gargantas y les cortaba la voz. Crecieron con esa carencia y coincidían en que, lo que les había faltado durante su niñez, había sido “la palabra Papá”. Eran niños pequeños que no entendían por qué no tenían una figura paterna en casa pues el miedo y el silencio reinaban en sus hogares y, únicamente, cuando fueron mayores, sus madres les hicieron saber, realmente, lo que había pasado. Ese pánico no desapareció por completo, de hecho, hoy en día, sigue morando en casas, cuyas familias evitan este tipo de entrevistas y te prometen no saber nada del tema siendo, en consecuencia, una pérdida de información de primera mano. “La represión en el pueblo fue brutal; mataron a familias enteras y, por ello, sigue habiendo miedo”, creo que estas palabras de Torres, definen muy bien lo antes mencionado.
Antes de despedirme, quise saber qué significaba, para ellos que, alguien como yo, realizase esta labor de recopilación de datos sobre sus vidas porque, probablemente, para otras personas de mi edad, involucrarse en un proyecto así resultaría tedioso y aburrido, a lo que, Teresa, Dolores y Torres me dijeron agradecidos: “Gracias por tu interés, la juventud debe conocer su pasado; tanto lo bueno como lo malo. Entrevistas como ésta nos ayudan a darnos a conocer y que nuestra historia no se acabe con nosotros”. La gratificación que sentí al escuchar eso no podría describirlo con palabras, simplemente, todo el esfuerzo y tiempo que había y ha supuesto reunir, ordenar y desarrollar todos los datos y la información, ha merecido la pena. De todo el tiempo que pasé con ellos, me quedaría con su fuerza, su vitalidad y la compostura con la que relatan su biografía a pesar de todo lo que han presenciado.
Lamentablemente, mi abuela falleció durante esas fechas y no pude llevar a cabo ese proyecto. El tiempo transcurrió, una pandemia mundial nos asoló y nos vimos en medio de un escenario que, sinceramente, parecía de película de ciencia ficción. El año pasado tuve la suerte de conocer a Pepe y a Miguel. Es cierto que, Pepe y yo, ya habíamos hablado con anterioridad y ya conocía su pasión por la historia, más concretamente por la Guerra Civil en Extremadura pero, desde se momento, entablamos una amistad más cercana, me hicieron formar parte de su proyecto: documentar vestigios de la Guerra en nuestra comunidad autónoma y, en definitiva, ser uno más del grupo. Recuerdo estar tomándome algo con ellos, el pasado diciembre, y que la idea de realizar un artículo así, de repente, volviera a mi cabeza. Poco a poco, fuimos acordando las entrevistas, conociendo a los protagonistas… y, en este sentido, debo darles las gracias pues, a través de ellos dos, conocí a Torres y a Dolores. Da la casualidad que, a Teresa, ya la conocía de antes, mi abuela y ella fueron compañeras de residencia, pero no sabía nada de su vida, y mucho menos de todo por lo que había pasado.
Con este trabajo, he querido mostrar y poner en valor la vida de nuestros mayores; muchos vivieron un calvario y, hoy en día, casi nadie es consciente de ello. Es una pena que, datos y confesiones de personas que presenciaron, de primera mano, aquel horror, se estén perdiendo, unas veces debido a que ya tienen una avanzada edad y, otras, en virtud del silencio de sus familiares que prefieren omitir lo ocurrido dejando que, el paso del tiempo, borre cualquier huella de represión en su linaje. Es una suerte haber conocido a Teresa, Dolores y Torres, sujetos que mantendré en el recuerdo y que desde aquí, una vez más, les doy las gracias por haber accedido a implicarse en la realización de esta idea. A los que me leen, espero que, este texto, os provoque los mismos sentimientos que a mí mientras lo desarrollaba. Para finalizar, manifestar que, mi único objetivo, es rescatar este tipo de memoria oral de boca de nuestros mayores: que preguntemos, que conozcamos, que formemos una opinión en base a lo escuchado y no nos dejemos llevar por comentarios y criterios que intentan banalizar nuestro pasado. La historia es la que es; con sus aciertos y errores. Es imposible intentar cambiar hechos ya acaecidos, pero sí que podemos entenderlos, ser conscientes de ellos y trabajar en conjunto para vivir en una sociedad que no tenga que exponerse a contextos como los citados con anterioridad.
Agradecimientos a Manolo Pinilla por las fotografías cedidas para este artículo.
José Antonio Calderón Burguillos
Estudiante de Geografía e Historia en la UNED.
El articulo me ha llegado,y me ha emocionado.Me parece muy interesante todo lo que cuentas en el articulo y leer esas historias reales de lo que un dia sucedio en nuestro pais, de personas que nacieron en el mismo año que mi madre pero en otra parte del pais y lo que sufrieron por una sin razón me llega al corazón y hace que me emocione.Enhorabuena por tu articulo.
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