Los restos de la bóveda.

 

Los restos de la bóveda.

 

Un año más, llegamos a estas fechas, el día de Halloween, víspera de todos los santos. Ya las tribus celtas, hace unos 3.000 años, celebraban en este día su año nuevo; el Samhain. En la víspera de este día, se pensaba que los espíritus vagaban por la tierra en un peregrinar hacia el más allá, acompañados de otras criaturas como hadas o demonios. Estas tribus se vestían con pieles de animales con el objetivo de pasar desapercibidos ante esos espíritus e, incuso, evitar que los poseyeran, a la vez que se agrupaban en torno a hogueras para cantar, hacer sacrificios a los dioses…Tras la conquista, por parte del Imperio romano, de estas tierras y tras el proceso de aculturación, estas festividades quedaron integradas en las fiestas y costumbres de los romanos, como se refleja en la Fiesta de la Cosecha y ya, posteriormente, en el siglo VII d.C., el Papa Bonifacio IV, estableció el día 1 de noviembre como día de Todos los Santos, en el que se honraban las almas de todos aquellos mártires que habían muerto por defender su fe. Hoy día es una fiesta en la que, quienes más disfrutan, son los pequeños de la casa. Todos hemos ido, cuando éramos chicos (y no tan chicos) a la “Chaquetía”, acompañados por nuestros profesores del colegio, a comer castañas, nueces, bollas, lagartos y lo famosos “casamientos” y, en los últimos años, está cobrando fuerza la tradición americana de vestirse con una temática de terror e ir pidiendo golosinas y chucherías por las casas; el famoso “Truco o Trato”.


 El año pasado, pensé que sería una buena iniciativa contar historias ambientadas en estas fechas, que aunaran la historia de Villafranca y algún acontecimiento acaecido que tuviese cierto halo de misterio. Así, los dos relatos que conté el año pasado fueron: el repiqueteo de las campanas de la Coronada y la niña que comenzó a hablar en latín, ambos sucesos ocurridos en Villafranca en el pasado y que, quien se acuerde, sabrá que tenían una explicación y que, más bien, se trataba de historias que lo que pretendían era legitimar ciertas situaciones (tenéis más información en los posts que publiqué en la cuenta de Instagram). Este año quise ir más allá. Relatar una historia en la que, de verdad, hubiese pruebas, testigos, información…y, en este sentido, recordé cierta historia que había escuchado cuando era pequeño, una historia en la que tampoco se aportó mucha información, simplemente se nombró como en una especie de titular, pero que, sin duda, se quedó grabada en mi mente: La aparición de un esqueleto en la bóveda de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen.

vista frontal de La Parroquia. 

Fue el verano pasado cuando le comenté a Pepe Pecero (algunos ya lo conocéis) la idea que tenía para el post de Halloween de este año y todo marchó sobre ruedas. Para empezar, él también había escuchado esa historia y me recomendó que fuese a hablar con su amigo Juan Antonio. Él tiene una gran biblioteca con libros sobre la historia de la localidad y, con seguridad, tendría alguno en el que se tratase el tema. Efectivamente. Hace cosa de un mes y medio fui a su casa y sacó un libro titulado: Boletín Interparroquial. Villafranca de los Barros 1953-2003. Escrito por Serapio Corchado Pedrero (Don Serapio. A alguno le sonará). Pues bien, en ese mismo libro se recogía una noticia titulada: “El muerto fantasma del Carmen con su nombre y apellidos” que, enseguida, me puse a leer. No venía mucha información, tan solo dos folios y medio, pero fue lo necesario para hacerme una idea clara del cómo, el cuándo y, en definitiva, el por qué de esos restos en la bóveda de la Parroquia.

A continuación os relataré lo que viene recogido en esa noticia para que entréis en situación y, después, podáis entender la gran Odisea que fue poder encontrar y aportar más información sobre este acontecimiento;

Tenemos que remontarnos al año 1967 cuando se estaban dando los últimos retoques en las obras de acondicionamiento que se estaban llevando a cabo en esta Parroquia. El maestro de obra, que estaba encargado de la supervisión de todo el proyecto, y que en esos momentos estaba levantando la techumbre de madera que se encontraba en la antigua sacristía, y que hoy forma parte de la Capilla del Sagrario, da el aviso a Don Serapio: “Han aparecido unos restos entre la parte superior de la bóveda y la techumbre y están perfectamente colocados”. De hecho, según informaba el maestro albañil, los restos estaban ocultos con tablas, sobrepuestas y partidas, lo que indica que hubo una intencionalidad por ocultar aquél cuerpo. Hipótesis que se refuerza, aún más, si tenemos en cuenta el fácil acceso que tiene ese lugar desde la calle, a tan solo tres metros de altura. Todo el comunicado se hizo en el más absoluto secretismo, aunque ya sabéis, estamos en un pueblo y, al final, todo se sabe. Al día siguiente, casi todo el mundo, conocía la noticia, primero acogida con asombro y después, incluso, con miedo.

Ante tal descubrimiento, Don Serapio, decide dar parte a la justicia local que tomó declaración al albañil, y condicionados por los rumores que circulaban por el pueblo, se decide contactar con el Juez del Distrito, quién comenzó a gestionar todo el papeleo tras ordenar el levantamiento del cadáver. ¿Pero de quién eran estos restos y por qué estaban en la bóveda de la Parroquia? Pues como he comentado, por los vecinos de la localidad surgieron mil hipótesis: que si era un italiano, soldado en la Guerra Civil, que se había casado con una vecina de la zona y, el cual, desapareció de la noche a la mañana y nunca más se supo de él; otras personas recordaban a un anciano que había vivido en la Calle Llerena (traseras de la Parroquia) y que había sido maltratado por su familia política hasta que un día, igual que en el caso anterior, desapareció. Hay quien decía que eran sus restos los que se ocultaron en la bóveda de la Parroquia y ¿en qué se basaban? Un detalle a tener en cuenta, es que el cráneo había aparecido con un hundimiento provocado por un objeto contundente, más concretamente, se comprobó que había sido con un martillo de albañil y ¿quién era albañil en la familia de aquél anciano? Su yerno. Sin embargo, todos estos argumentos, eran solo hipótesis y todo el pueblo esperaba, ansioso, el veredicto de la justicia.

Fue tal el revuelo que se “armó” en el pueblo que los restos fueron enviados, para un examen por parte de un perito, al Instituto Anatómico Forense de Sevilla y cuyo dictamen fue algo que tranquilizó a la población e hizo que muchas de sus teorías más conspirativas cayeran por su propio peso: Para empezar no se trataba de ningún crimen; los restos tenían más de cien años y no pertenecían a una sola persona; y el cráneo era el de un hombre de más de setenta años. Pero ¿de quiénes eran entonces esos restos? Y la pregunta clave que aún seguía en el aire ¿Por qué estaban en la bóveda de la Parroquia? Pues a estas dos preguntas, Don Serapio intentó darles respuesta, basándose en documentos y datos, aunque hay que decir que, de momento, continúan siendo teorías pues no hay nada demostrado.

Todos sabéis que, antiguamente, cada iglesia o parroquia tenía sus propio cementerio. Pues bien, aunque las tumbas de esos cementerios se reutilizaban sucesivamente, hubo un momento en el que, por la falta de espacio en la Iglesia del Valle, hubo que empezar a enterrar a los difuntos en las parroquias o ermitas del resto del pueblo. Este proceso se prolonga hasta en año 1815, fecha en la que se inaugura el cementerio de la localidad con la inhumación de “María Lara, natural de Villafranca, mujer de Juan Manuel Borrego, que murió en la creencia de católica cristiana y recibió los sacramentos. Tenía diecinueve años y murió de sobreparto” Así consta en los documentos del día 13 de diciembre de 1815. El cementerio se localizaba donde, hoy en día, se sitúan los campos de fútbol del Colegio San José hasta que, en 1892, se construye el actual con la ubicación que todos los villafranqueses y alrededores conocemos. Poco a poco, las personas fallecidas dejaron de enterrarse en las parroquias y encontraron su lugar e descanso eterno en ese nuevo cementerio. Sin embargo, este cambio, no fue repentino, hubo un periodo de transición en el que aún, en 1815, había personas que se enterraban en las parroquias de Villafranca y, así, en 1815,  en el Carmen, se hicieron unas veinte. Don Serapio, siguiendo las pruebas del dictamen del informe médico de los restos, que afirmaban que el cráneo era de un varón de más de setenta años de edad y que había fallecido hacía más de cien años, concretó que el cráneo pertenecía a Miguel Alcántara, el único difunto, recogido en los registros, que contaba con setenta y ocho años de edad cuando murió, ya que las demás personas que aparecían en dichos registros habían fallecido a una edad mucho más temprana.

Esto es los que aparece recogido en dichos registros: “Miguel Alcántara Sánchez, de estado soltero, natural de ésta, hijo legítimo de Pedro Alcántara y de María Sánchez, murió en la creencia de católico cristiano recibió los sacramentos se enterró en la Hermita de Nuestra Señora del Carmen el día 26 de agosto de 1815 y por testamento que otorgó ante Antonio Hernández Riscos (quedaos con este nombre pues, más tarde, volveremos a él) escribano de ésta nombró por su alvacea a don Francisco Cavanillas el que dispuso su funeral y firmé: Alonso Antonio Prieta”. Aparte, se recoge también que tenía 78 años y que falleció de calentaras. Pero ¿y el hundimiento del cráneo? Pues para encontrar una respuesta coherente, tenemos que volver la vista atrás, a 1892, año en el que se enlosa la parroquia. El albañil que lo hizo, al levantar el anterior suelo, debió clavar el pico en el cráneo de una tumba sin nombre de las que se encontraban en el suelo de la parroquia. Y, así, hallaríamos una respuesta a la gran pregunta clave: el por qué de esos restos en la bóveda. Durante el año 1892, se hacen grandes reformas en el Carmen, siendo también ese año, en el cual, se construye la actual bóveda. Ese albañil, debió pensar, con todo respeto, que en lugar de devolver aquellos restos al suelo, dónde no existía ninguna identificación, los depositaría en la bóveda, recientemente construida, y los ocultó y dispuso en las tablas de madera entre las que fueron hallados de casualidad.

Esto es todo lo que se recoge de la noticia. Parece algo coherente, sin embargo, hay que volver a recordar que sigue siendo una teoría. Y es en el momento en el que termino de leerla cuando empiezo a pensar en alguna línea de investigación que pudiese tomar para aportar algunos datos sobre la vida de ese Miguel Alcántara Sánchez o alguno de sus familiares. La primera persona que me vino a la mente, que con toda seguridad me podría ayudar y hacer más ameno el camino hasta poder hallar algo de información, fue el historiador local Luis Francisco Cumplido Mancera, estudiante de doctorado en su segundo año, realizando su tesis sobre el comercio en la isla de La Palma en el siglo XVI, involucrado recientemente en el proyecto del CSIC de Tenerife sobre el vino de tea y, actualmente, colaborando con la Universidad de Yale en el proyecto "All Aboard! Migrants to the Spanish Empire”, además de amigo de toda la vida, prácticamente, desde los 3 años: juntos en preescolar, primaria, secundaria, bachillerato e, incluso, en parte de la etapa universitaria. Como sabía que él está acostumbrado a leer y transcribir textos y escritura antigua, supuse que podría ayudarme a leer muchos documentos del siglo XVIII y XIX.

Así fue como, conjuntamente, comenzamos a diseñar las pautas a seguir para intentar localizar algo que confirmase la teoría de Don Serapio. El primer paso fue acudir al ayuntamiento municipal para consultar el archivo de actas capitulares de entre los años 1956 a 1967/68. ¿Por qué en estas fechas? Pues queríamos comprobar si se había registrado en esas actas algo referente al hallazgo de los huesos o, simplemente, la aprobación del algún presupuesto para la reforma de la bóveda de la Parroquia que dio lugar al hallazgo casual de los restos en el 67. Estuvimos casi tres horas leyendo actas: saneamiento de las calles, construcciones de obras publicas…pero nada referente al tema en cuestión. Tras no encontrar nada, decidimos darle otro enfoque al proyecto e intentar saber algo de la vida de Miguel Alcántara. Desde el ayuntamiento nos recomendaron acudir a los juzgados, ya que allí se guardan los padrones y censos de la localidad y, con suerte, podríamos saber, al menos, el año de nacimiento de Miguel Alcántara y, a partir de ahí, acudir al archivo de protocolos notariales y, quizás, saber algo más sobre su vida. Al llegar a los juzgados y contarles con detalle nuestro proyecto, nos dan la mala notica de que allí solo se conservan los censos a partir del año 1871 y nos aconsejan visitar al notario porque, alomejor, ellos, tienen más información al respecto.

Continuamos con nuestra caminata, y tras entrar en el notario y que nos mirasen con cara de: “estos dos están locos”, nos facilitan el número de teléfono del colegio notarial. Llamamos y, al fin, un rayo de esperanza en todo el proceso: nos comunican que esa información se encuentra en Almendralejo, en el archivo municipal, más concretamente en el archivo de protocolos notariales de Almendralejo, ya que Villafranca, al pertenecer al distrito de Almendralejo, tiene sus protocolos notariales allí. Al día siguiente, a las 9 de la mañana, ya estábamos camino a Almendralejo para intentar encontrar algo que aportar a la noticia recogida en el libro de Don Serapio. Al llegar allí y, una vez más, hablarles de nuestro proyecto, nos guían hacia los protocolos notariales del siglo XIX. Para que todo lector lo entienda, unos protocolos notariales son, básicamente, testamentos. Así, si encontrábamos el testamento de Miguel Alcántara, podríamos saber qué propiedades tenía, quiénes eran sus familiares, el estado civil e, incluso, a qué se dedicaba. Todos los protocolos se hallaban perfectamente ordenados por fecha o escribano. ¿Os acordáis del nombre citado anteriormente: Antonio Hernández Riscos? Él era el escribano, es decir, quien redactó el testamento. Pues bien, cual fue nuestra sorpresa, cuando nos encontramos, en una de las cajas en las que se conservaban los protocolos, el nombre de Antonio Hernández Riscos y todos los testamentos que había escrito entre los años 1802 y 1819.


Vista del protocolo con el nombre del escribano.

Fue nada más verlo cuando Luisfran y yo nos miramos riéndonos. Habíamos dado con él y, con seguridad, allí se encontraría el testamento de Miguel Alcántara. Pero la ilusión fue efímera ya que, al sacar la caja, nos dimos cuenta de que pesaba muy poco para contener los testamentos de todas las personas fallecidas en Villafranca durante 17 años. Al abrirla, nos encontramos una hoja de papel en la que, escrito a máquina, ponía lo siguiente: “Protocolo de Antonio HERNÁNDEZ RISCO. Está íntegramente perdido en 1991. Comprendía de los años 1802 a 1819 con los antiguos números de inventario 1304/327 a 1320/343. Debió desaparecer en la inundación de los años 80”. Y, además, una especie de índice por años, en el que aparecía el año 1815 con el siguiente texto: “Otro del año 1815, en un volumen sin encuadernar que consta de 300 folios incluso y diez y siete que no tienen foliatura entre el treinta y siete y el treinta y ocho”. Nos hallábamos devastados. Una de las únicas pruebas, que estaba a nuestra disposición, había desaparecido en una riada durante los 80. 


Ficha que encontramos en el interior de la caja del Protocolo notarial. 

Y ahora ¿Qué podríamos hacer? Pues intentamos dar con alguno de los otros nombres que aparecen en el registro que presentó Don Serapio en la noticia: Algo respecto a sus padres: Pedro Alcántara y María Sánchez; sobre su alvacea; Francisco Cavanillas; o sobre Alonso Antonio Prieta. Nos movíamos entre testamentos del último tercio del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX pero, al ir prácticamente a ciegas, no encontramos nada. Fue durante esos dos días cuando pude comprobar y valorar el trabajo de un investigador y, en este caso, de Luisfran. Nosotros solo estuvimos un par de mañanas y para mí, sinceramente, fue más que suficiente. Es un trabajo al que tienes que echarle mucho tiempo, ganas y, sobre todo, muchísima paciencia. Desde aquí le doy las gracias de corazón porque sin su ayuda no sé cómo habría planteado, yo solo, este trabajo. A pesar de todo, no todo está perdido y con el tiempo suficiente, se podría hallar algo de información adicional. La archivera nos comentó que podríamos encontrar, algo más, en los archivos parroquiales que, hoy en día, se encuentran en Badajoz que es de donde, con toda seguridad, Don Serapio sacó la información que plasmó en su noticia.


Uno de los testamentos que consultamos.

Hasta aquí es donde puedo contar. Sin duda ha sido un gran “trabajo de investigación” aunque no hayamos hallado datos concluyentes. Simplemente, el mero hecho de haber visto y consultado registros y páginas del siglo XVIII, es para mí ya un logro y algo que ha merecido muchísimo la pena. Quizás esta entrada no posea ese “misterio o secretismo” típicos de estas fechas pero estoy seguro de que, muchísimos, no conocíais la historia y, gracias a esta entrada, vais a saber de ella y no se perderá. De nuevo, muchas gracias a todos los involucrados en este trabajo desde Pepe a Luisfran, pasando por Juan Antonio. Me encanta escribir, me apasiona la historia y, más aún, me gusta difundir la historia de mi tierra. ¡Espero que os haya gustado!

 

Jose Antonio Calderón Burguillos.

 Estudiante de Geografía e Historia en la UNED.

 

Bibliografía

 Corchado Pedrero S. (2004) Cap. El muerto fantasma del Carmen con su nombre y apellidos. En Boletín Interparroquial. Villafranca de los Barros. 1953-2003. (Pp. 19-23). Villafranca de los Barros. Edita: Serapio Corchado Pedrero.

 

 

 

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