“El brazalete de Perceiana”

 

“El brazalete de Perceiana”




Tenía muchas ganas de compartir este relato con vosotros. Una historia que, más que una historia, la considero una anécdota difícil de creer. Un capricho del destino, cuya azarosa voluntad, quiso que me encontrase, aquella mañana de agosto, una pieza que supuso un antes y un después para mí. Siempre había escuchado historias narradas en forma de cuento popular de hallazgos fortuitos por parte de trabajadores agrícolas, cuyas maquinas sacaban a la luz restos de distintas épocas dejándolos expuestos como objetos de decoración en sus cortijos o fincas agrícolas y/o, en otras ocasiones, me comentaban, siempre queriendo conservar el anonimato,  que en las fanegas de tierra del “Fulanito o  el Menganito” habían aparecido restos y los piteros (como siempre intentado lucrarse del patrimonio de todos…) acudían por docenas al lugar, intentando apoderarse del último, y más mísero, objeto de metal ¿Con qué objetivo? En el mejor de los casos llevárselo a casa y guardarlo…¿En el peor? Vendérselo al mejor postor…He escuchado auténticas barbaridades y, a la vez, auténticas fortunas pagadas por piezas halladas en estas tierras…Y yo me pregunto ¿Qué sentido tiene vender tu historia? ¿No te sentirías más realizado pudiendo donar esas piezas al museo de tu localidad y así contribuir al conocimiento sobre las raíces más profundas de tu tierra? ¿No constituiría tal acción una forma de ayudar a conformar tu identidad? ¿De dónde venimos? ¿Por qué somos así?…

Recuerdo aquella mañana como si fuera ayer; había quedado con un amigo (Hola Julián, me enfadé un poco, pero mereció la pena) para hacer una ruta por Hornachos y, como era pleno agosto, decidimos que si queríamos evitar el calor, debíamos salir bastante temprano. Da la casualidad que este amigo, la noche anterior sale de fiesta y claro, a ver quién es capaz después de una noche de fiesta ponerse a andar por la sierra a las 7 de la mañana…El caso es que, un servidor, se levantó a las 6:30 y se encuentra un mensaje en el móvil recibido un par de horas antes: “¿vamos a ir a eso?…Uno, que ya conoce a sus amigos como la palma de la mano, supo de más y de sobra que, traducido, el mensaje quería decir: “Mira estoy de fiesta, son las 4 y, lógicamente, no voy a ponerme a hacer senderismo en una rato”. En definitiva, las 7 casi, yo despierto y ya no era capaz de conciliar de nuevo el sueño, así que decidí salir a andar por mi cuenta, como he hecho siempre, por los caminos que rodean al pueblo.

Creo que fue la única mañana fresca de ese verano, de hecho, es que hasta llovió, pero teniendo en cuenta las temperaturas que se habían alcanzado en esas fechas, ni me importó y continué con la ruta. Regresando de nuevo al pueblo, unas tres horas después, pasé por delante del viñedo de “La Huerta de los Curas” del que ya he hablado en otras ocasiones pero, para los nuevos, es un lugar dónde se ubicaba una de las villas romanas que salpicaban el territorio. Hacía años que no entraba, la cantidad de cerámica que ves en el suelo es increíble, es más, hay una parte en la que pisas sobre tegulas, sin embargo, es eso lo que hay, mucha cerámica fragmentada en mil pedazos. El lugar fue víctima de los expoliadores durante los 80 y 90 y, prácticamente, arrasaron el lugar. Me encontraba andando entre los viñedos cuando, de repente, miré hacia abajo y vi un fragmento de metal, alargado, color bronce. Lo primero en lo que pensé fue que se trataba de una pieza de maquinaria agrícola, más concretamente de un tractor y mi reacción fue moverlo con el pie. La pieza se volteó lo suficiente para mostrar su otra cara y, cuando me fijo bien, veo que hay un pez. Sí sí, lo que estáis leyendo, un pez a modo de adorno, “pegado” en la pieza. En ese momento, lo recuerdo perfectamente, dije: “ojo que esto es raro”.

Posición en la que vi por primera vez la pieza.

Rápidamente a la primera persona que le envié una foto fue a mi novia y hasta ella se sorprendió. Para que os hagáis una idea de que la pieza, a simple vista, ya reflejaba, al menos, cierta importancia. Incluso para los ojos de alguien que no está relacionado con el tema. La estuve examinando y vi que tenía como “oquedades” las cuales, desde mi punto de vista, estaban hechas para engarzar piedras. Además, lo primero que dije fue: “es una especie de pulsera o brazalete” lo que pasa, que se encontraba totalmente plana, seguramente algún tractor le habría pasado por encima. También le envié fotos a Paloma, mi amiga arqueóloga, y ella pensó lo mismo, una especie de brazalete y, en palabras textuales: “del siglo XIX o principios del siglo XX” y, oye, es que yo pensaba lo mismo, le comenté que, como mucho, esa pieza era moderna. El metal estaba muy bien como para ser romano y, había que añadir, que, cuando la encontré, estaba en la superficie ¿Cómo iba a estar en tan buen estado un metal que estaba en superficie desde hace Dios sabe cuánto? Para salir de dudas, decidí contactar con el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz y preguntarles. En esa primera toma de contacto con el Museo, les expliqué la situación, vía mail, y les adjunté unas cuantas fotos de la pieza. Cuál fue mi sorpresa cuando, al rato, me responden: “La pieza parece interesante ¿un brazalete, quizá? No me atrevo a aventurarme solo basándome en unas fotos ¿Podría venir? - Guillermo Kurtz”. Mi respuesta fue, obviamente, sí. Iba a ciegas, no sabía si la pieza era algo importante, lo mismo no era ni lo que pensábamos, iba a gastar dinero en gasolina…todo eran contras, pero, siempre quedaba la duda ¿Y si era algo de valor? ¿Y si has encontrado algo que debe estar conservado en un museo? A la semana siguiente fui a Badajoz y me acompañó mi hermana, junto con el supuesto “brazalete”. Llegamos al Museo y allí pregunté por Guillermo Kurtz (por entonces Director del Museo), ya que me había citado con él. Nos presentamos, un hombre muy amable, atento y apasionado por su trabajo. Subimos a su despacho y, allí, le muestro la pieza, por primera vez, en persona. Mientras él la analizaba, yo le comentaba cómo había sucedido todo: cómo la había hallado, dónde, yacimientos cercanos…

Comparación para que os hagáis una idea del tamaño.

Cada cierto tiempo parecía resoplar, cómo esforzándose en encontrar una respuesta a aquél gran enigma: ¿Qué era eso? Al fin, tras cerca de un cuarto de hora examinándola, levantó la vista, me miró y concluyó: “Es un brazalete de bronce pero ¿de qué época?” Mi cara de sorpresa lo decía todo. Lo primero que hice fue mirar a mi hermana, con media sonrisa asomándose por la comisura, y estuve apunto de gritar allí mismo ¡LO SABÍA! El Señor Guillermo, decidió entonces citar a Andrés Silva, para ver qué opinaba él sobre el objeto. A los pocos segundos se personó allí mismo, nos estuvimos presentando y, una vez más, le conté cómo había ocurrió el hallazgo (ojalá me supiera igual de bien los apuntes de la carrera, con los detalles y el entusiasmo con los que le contaba lo sucedido xD). El Señor Andrés, miraba la pieza, la giraba para un lado, para el otro, miraba el pez, volvía a girarla, la miraba de cerca…y, al mismo tiempo, Don Guillermo, buscaba en la base de datos si había algún paralelo o pieza similar en los almacenes.

Finalmente, Don Andrés, concluyó y coincidió con la opinión de Don Guillermo; era un brazalete pero la fecha estaba por determinar. Fue en ese momento, cuando comenzaron a lanzar hipótesis y, entre ellos, yo, que parecía estar asistiendo a un partido de tenis: la primera de ellas fue que se trataba del brocal de la vaina de una espada (para que lo entendáis mejor, la parte superior de la vaina de una espada). A pesar de esa afirmación, tras pocos minutos, Don Guillermo se retractó y continuaron afirmando que se trataba de un brazalete, de bronce, quizás de un niño pequeño. ¿La fecha? Guillermo me dio un arco, en el cual, era muy probable que fuese fabricado: “Alta Edad Media, época visigoda o Bajo Imperio”. Tras esa sentencia, los ojos se me abrieron como platos y la boca me llegó al suelo… “¿CÓMO? Espera, espera…pensé…” Fue entonces cuando les comenté un dato bastante importante sobre el lugar del hallazgo y fue el hecho de decirles que, el sitio estaba datado en la Tardoantigüedad por los bajos imperios (monedas) que habían encontrado los piteros en la zona y que eso me lo había confirmado el dueño de la tierra. Tras esta confesión, Guillermo se atrevió con otra teoría: estaban obviando un parte muy importante de la pieza: el pez.

La pieza estaba bastante arrasada pero, por suerte, 
conservaba uno de los peces. 

Supongamos que datamos esa pieza en el Bajo Imperio…¿Qué importancia tendría la representación de un pez en esa fecha? Pues, como muchos sabréis, las primeras representaciones Paleocristianas mostraban un pez: “Iesous Christos Theou Hyos Soter” (Jesucristo Hijo De Dios y Salvador) de cuyo acrónimo resulta ICHTHYS, que significa pez en griego. Esta simbología aparece en algunas catacumbas, que eran lugares de reunión de los primeros cristianos, para evitar se capturados por los romanos al practicar una religión no oficial. ¿Es posible que ese brazalete fuera una de las primeras manifestaciones del cristianismo en esta zona? ¿Os imagináis el impacto que supondría la pieza a nivel provincial? Una de las primeras muestras del Cristianismo en Extremadura se ha hallado en Villafranca de los Barros, suena bien ¿verdad? Como siempre digo: soñar es gratis. Pero ¿y si es posible? En un primer momento no confiaba en que fuera una pieza importante y lo acabó siendo; no confié en que fuera anterior a la Edad Moderna y, con mucha probabilidad, lo sea; pero es que, no solo eso, es que una de las etapas que se le ha asignado, el Bajo Imperio, coincide con la cronología del yacimiento donde apareció.

Por lo tanto, recopilando datos, tenemos claro que: se trata de un brazalete de bronce; datado entre el Bajo Imperio y la Alta Edad Media; que, por su tamaño, pertenecía a un niño; seguramente fue depositado como ajuar en una tumba; que tiene de 10 cm de largo; y que cuenta con un pez y cabujones a modo de decoración. 

Parte trasera de la pieza con los cabujones.

Y ahora llegaba la pregunta importante: ¿Qué hacer con la pieza? Allí mismo, lo primero que me comentaron es que, como persona que la había hallado, la pieza era “mía” y que tenía dos opciones: En primer lugar, podría quedármela con las consecuencias que ello podría acarrear: perdida de la pieza, mala conservación…; en segundo lugar, me ofrecieron la posibilidad de donarla, ya que no habían visto nunca una pieza así y resultaría de gran valor. También me comentaron que la pieza podría estar a disposición de cualquier investigador y que sería estudiada, analizada y, en el mejor de los casos, expuesta en las vitrinas. Pero es cierto que es un proceso que puede durar años. No os voy a mentir, me costó decidir: Por una parte, le había cogido cariño a ese brazalete. Imaginaos que os encontráis un brazalete, probablemente de época romana, en el campo, en plena superficie, a escasos tres km de tu casa…es, prácticamente, ¡un tesoro! Además, lo mismo ni se exponía y acababa en una caja en los almacenes del Museo (cosa que era lo que más me echaba para atrás) Sin embargo, a pesar de todo, lo pensé fríamente. Esa pieza resultaría ser mas útil en un Museo, aunque fuese en los almacenes, que en mi casa. Finalmente, acepté la segunda opción, con la única condición que contactaran conmigo cuando obtuvieran más información tras su estudio. No era algo, como tal, “mío”, sino de todos los extremeños y, por ello, debía estar a disposición de cualquiera que tuviera objetivos didácticos o de investigación. También pensé que ese brazalete tuvo la suerte de toparse conmigo y, al menos, iba a estar registrado y catalogado, cosa que veo como bastante improbable si se lo hubiera encontrado otra persona, por lo que esa información, esa pieza, y su historia, se habrían perdido para siempre.

La última vez que supe algo de la pieza fue en noviembre; preparando la información sobre el artículo del Calcolítico, le pregunté a Andrés por ella y su respuesta fue que aún no la habían estudiado y que seguía en la bolsa en la que se preservó en agosto. Me puse un poco triste, la verdad. Por eso he tardado tanto en hablaros sobre esta pieza, estaba esperando a ver si me comentaban algo sobre ella pero, de momento, nada. Cuando sepa algo, os lo comunicaré. Para finalizar, con esta entrada, uno de los principales objetivos era crear conciencia: Sé que hay gente que me lee que tiene como hobby el detectorismo. Es algo entretenido, para que mentir pero, a la vez, es destructivo y poco moral. Es perder información sobre el lugar de un hallazgo, es destruir los estratos y borrar nuestro pasado ¿Para qué? Para tener los objetos en tu casa guardados en una caja? O peor ¿Para venderlos en el mercado negro? Es un patrimonio común, es nuestro pasado, esos restos reconstruyen nuestra historia, son auténticas piezas de puzzles ¿y de qué sirve un puzzle si está incompleto? Reflexionad sobre ello. Y como siempre digo, Villafranca aporta muestras, una vez más, de su pasado histórico, de las gentes y pueblos que habitaron esta tierra, de sus costumbres, sus modos de vida, sus objetos personales…en definitiva, nuestros antepasados más lejanos. ¿Qué nuevos hallazgos se sucederán en el futuro? Todo es posible pero aquí estaré para contarlo.

 

Recreación de la pieza por @_ernestomontoya_

 

José Antonio Calderón Burguillos.

 Estudiante de Geografía e Historia en la UNED.

Comentarios

  1. Buen trabajo. A por más.

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  2. Sigue así. Enhorabuena.
    Fdo: Juan Gómez, Huelva. Seguidor de tu cuenta y publicaciones como @patrimonioynaturaleza4you
    Ldo. Historia del Arte.
    Profesor GªeHª Secundaria y Bach.
    Máster Patrimonio.

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