Desde la más remota antigüedad, el ser humano ha querido dejar marca; hacerse recordar y ser recordado cuando su paso por este mundo hubiera concluido. Desde las primeras representaciones rupestres, pasando por los grandes genios del Renacimiento, hasta llegar a nuestros días en los que cualquiera de nosotros hemos escrito nuestro nombre en un pupitre o hemos hecho un grafiti, todos hemos compartido un mismo deseo: lanzar un mensaje y, al mismo tiempo, que cualquier persona ajena a nosotros, pudiera contemplar esa “obra”. Sin embargo, no todos consiguieron su objetivo…y el azar, que pasea de la mano del destino, únicamente recompensó a unos cuantos privilegiados, cuyos trabajos han llegado a la actualidad y son considerados auténticos tesoros. Muchos de sus autores murieron sin saber que su arte sería admirado, e incluso venerado, en los años, siglos o milenios posteriores. Apostaría también que, en muchos casos, sus producciones serían para ellos meros trazos sin importancia, sin valor ni repercusión pero, a pesar de ello, ahí estaban; esperando inmóviles y pacientes a que algún “loco” los encontrase y elevase a la categoría de obra de arte. ¿Pero cuál fue el origen de tal obstinado objetivo? ¿Cuándo empezaron los hombres y mujeres de esta tierra a querer dejar huella? ¿Qué nos han legado? Muchas cuestiones para las que, tristemente, no tenemos una respuesta clara, siendo las hipótesis las que nos ofrecen las teorías, presumiblemente, más acertadas. No obstante, sí que podemos contemplar los testimonios que hemos heredado de estas primeras “comunidades extremeñas”.
Figura antropomorfa asociada a la fecundidad. (Hornachos) |
El ejemplo más remoto de intento de dejar constancia de presencia en un lugar lo tenemos en Cáceres, más concretamente en la Cueva de Maltravieso, cuyos últimos estudios apuntan a que las manos en negativo, representadas en las paredes de la cavidad, tendrían una antigüedad de más de 66.000 años…¿Es posible que ese deseo innato del Homo Sapiens de hacerse notar, no sea exclusivo de nuestra especie y ya el Neandertal, en el Paleolítico Medio, lo hiciera? Todo está por ver…pero, sin lugar a dudas, sería la noticia arqueológica del siglo. En nuestro territorio también poseemos ejemplos de representaciones rupestres Epipaleolíticas, ya de una cronología más reciente; en torno a unos 9.000 años. Como ejemplo paradigmático, hay que mencionar el ciervo del Abrigo del Castillo de Monfragüe que parece querer pasar inadvertido, ocultándose tras manifestaciones pictóricas posteriores. No obstante, son las pinturas rupestres realizadas durante el Neolítico y el Calcolítico las que más ampliamente se difunden por nuestros parajes.
En sierras, puntos elevados, en cerros aislados que se yerguen imponentes en el territorio…son algunos ejemplos de lugares escogidos como espacio para representar esas figuras, trazos, individuos importantes del pasado…en Zafra, Hornachos, Arroyo de San Serván, Oliva de Mérida, Alange, Zarza de Alange, Cabeza del Buey, Magacela, Alburquerque…y la lista podría continuar. Son muchos los pueblos de nuestra Comunidad que tienen la tremenda suerte de contar con este patrimonio tan rico e importante para conocer nuestros primeros pasos. Localizados en pequeñas covachas, en cuevas y abrigos, dan la sensación de ser los protagonistas de espacios que emanan cierta magia y misterio. La roca es el soporte en el que se desarrollan escenas que poseen significados tan complejos que, hoy día, no sabemos a ciencia cierta qué expresan. Símbolos y signos arcaicos, apreciados en otro tiempo, resisten al cruel azote de Cronos y, aunque alguno de ellos tienen más de 5000 años, ahí continúan; en el mismo lugar en el que la mano ágil de un ser humano los plasmó. Hay otros que, contando con la ayuda de la naturaleza, que parece querer ampararlos bajo su abrigo, se ocultan tras líquenes y musgos, que hacen de la roca su hogar.
Digitaciones en un abrigo de Hornachos. |
Figuras humanas bastante esquematizadas, animales que les sirvieron de sustento, barras ondulantes, rectas o con formas poligonales, digitaciones, el propio Sol: astro que ha sido testigo del viaje en el que se embarcó nuestra Humanidad desde el primer momento; escenas de caza, rituales….son algunos ejemplos del repertorio iconográfico que hace acto de presencia en estos enclaves. Mensajes sin descifrar cuyo sentido, por desgracia, perdimos hace muchísimo tiempo. A día de hoy, constituyen un conjunto de símbolos, en ocasiones, sin sentido. Y, en la mayoría de ellos, el rojizo es el protagonista; un ocre escogido quizás por proceder de un material abundante, quizás por asemejarse a la sangre y ser utilizado en ceremonias en estos lugares que pudieron poseer las funciones de santuarios…Lo que está demostrado es que ese polvo de tendencia rojiza, resultado del machaque de minerales como el óxido de hierro, era mezclado con algún aglutinante como grasa animal o clara de huevo…y fruto de esa unión, surgía una mezcla cuyas muestras han perdurado hasta el presente. Realizadas directamente con los dedos o con pequeños pinceles hechos con ramitas si se quería un mayor detalle en el acabado, reflejan unas formas de vida propias de las primeras etapas de nuestro pasado. Un tiempo en el que las divinidades habitaban en cualquier parte de la tierra y del firmamento, un momento en el que hombres y mujeres dependían del entorno para su aprovisionamiento y, en definitiva, unos lugares que se convirtieron en espacios de referencia religiosa o estratégica para estos primeros grupos.
Escena de tres cérvidos en uno de los abrigos de Hornachos. |
Hace más de un siglo que comenzaron los trabajos de identificación, documentación y puesta en valor de estas manifestaciones. Personas, apasionadas de la Historia, recorrían senderos suntuosos, subían a los más altos riscos, se perdían en valles encajonados…todo ello con el fin último de ir desentrañando el significado y los motivos de tales símbolos. Hicieron del monte su hogar; llegaron a conocer cada árbol, cada piedra, cada riachuelo y, en este sentido, volvieron a ser individuos del Neolítico/Calcolítico. Regresaron a esos lugares, sagrados en antaño, para revalorizarlos; para sentirse orgullosos de ese patrimonio tan rico y variado con el que contamos en Extremadura; para rellenar las páginas en blanco del libro de Historia de nuestro territorio…y aún hoy, varios milenios después de su realización, seguimos peregrinando a esas áreas para maravillarnos y deleitarnos con sus restos. Hipólito Collado, Ernesto Montoya, Juan José Benítez, Jesús Guerra, Alejandro González…nombres que, para mí, son imprescindibles en esta área; compañeros que se desviven por su hobby e incluso para algunos es su trabajo; referentes en el conocimiento y divulgación de estas expresiones artísticas en la región; personas, al fin y al cabo, comprometidas con su tierra y, de los cuáles, aprendo día a día.
Las pinturas rupestres esquemáticas de nuestra Comunidad, continuarán en el mismo lugar mientras seamos responsables de nuestros actos con el entorno; mientras nos concienciemos de que deben ser tan admiradas como protegidas; mientras sigamos luchando por su valor y divulgación; y, en conclusión, mientras “locos” como nosotros, sigan colgándose la mochila al hombro, el fin de semana, para salir al campo.
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